Introducción

Don Juanjo de Arenza


Aquella tarde el cielo se volvió de plomo. Un telón oscuro cayó sobre la Tierra y la bóveda celeste se estremeció y aulló como un animal torturado.
Pero aún así, a pesar del viento y de la lluvia que azotaba las oscuras y vacías calles de París, la brea prendió y las hogueras ardieron. El humo ascendía al cielo y se confundía con las espesas nubes que lo cubrían, y el olor a carne quemada y a sangre aún fresca se adhería a las enmohecidas piedras de los muros y a los ropajes de los parisinos, sin que hubiera medio de darle esquinazo.
Una fría lágrima se escurrió por la mejilla de un niño, confundiéndose por un instante con las gotas de agua que empapaban su cabello y resbalaban por su rostro.
Una mano le apretó el hombro con decisión, escondiéndole después tras una capa negra como la noche. El niño apartó la mirada de las llamas ávidas que lamían los cuerpos inocentes de los condenados, arrebujándose más en la capa de su acompañante.
-Allons, Jean-susurró el hombre con voz grave.
Apretaron el paso y se alejaron calle abajo, desapareciendo entre la neblina, alejándose presurosos del calvario.

Había visto cómo la lágrima se escurría por el rostro pálido y demacrado del chiquillo, y cómo sus ojos le habían lanzado una última y lánguida mirada antes de partir con el hermano Alexandre, un clérigo de guerra perteneciente a la Orden de los Caballeros de San Juan.
Eso fue lo que más le dolió; el ver a su hijo frente a él, apenas a unos pasos de distancia, y, sin embargo, no poder abrazarle ni besarle, el no poder hablarle ni susurrarle al oído palabras de ánimo. No tanto le dolió el fuego que mordía su carne y llagaba su piel, ni tampoco las ligaduras que oprimían sus muñecas contra el poste de madera; ni eso, ni el dolor que le llegaba a la nariz y le hacía perder el sentido de vez en cuando.
Le lanzó una última mirada al verdugo, en una muda y a la vez hiriente súplica, que sonreía plácidamente junto con el Inquisidor de Francia. También se hallaba presente, a una cierta distancia, eso sí, el rey Felipe IV, apodado El Hermoso por su loada belleza, pero éste no sonreía, sino que su semblante aparecía serio y a la vez pensativo. Sus ojos de hielo estaban inmóviles sobre las llamas, atento a cada movimiento de los condenados o a cada chisporroteo del fuego.
Se sentía desfallecer, mareado, y, mirando a sus compañeros, que, como él, estaban siendo pastos de las llamas, intentó lanzarle una última mirada de desprecio al verdugo que había prendido la brea. Vomitó, y, acto seguido, lanzó un profundo aullido, preñado de dolor y de tristeza, mirando al cielo y rogando clemencia, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Su súplica reverberó en el silencio parisino, perdiéndose en la noche y en la creciente tormenta. Luego cerró los ojos y cayó de rodillas sobre las brasas, con las manos aún presas en el poste de madera que lo mantenía erguido, sintiendo que le fallaban las fuerzas y su alma se entregaba, por fin, al placer de la vida eterna.

-
Frère Alxandre-llamó Jean, apareciendo de detrás de la protectora capa del Hospitalario-Mi padre... cuando muera... ¿lo acogerá Dios en los cielos?
Su carita de niño, pálida y ojerosa, y el gesto severo y a la vez resignado que expresaban sus infantiles facciones impresionó en su conjunto al clérigo.
-
Mon fils... por supuesto que sí, hijo mío-respondió con voz suave, aunque ronca y áspera-Dios le acogerá como acogió a tu madre, Jean. Nunca dudes de Dios, hijo. Tu padre era un hombre bueno... al que abrirán las puertas del Paríso sin la menor duda.
-Pero...
frère, el señor de negro junto a la hoguera dijo que Dios lo había condenado al fuego, y... ¿cómo puede abrirle el cielo a mi padre, que ha sido condenado por... Él?-su rostro estaba compungido, y sus mejillas sonrosadas.
-Hijo, has de saber que a veces Dios se equivoca, como todos los mortales.
-
Frère Alexandre, ¿iré a vivir contigo?
El viejo clérigo suspiró aliviado, pues había temido otra pregunta comprometedora por parte de su protegido.
-Sí, hijo mío, sí-susurró con voz cansina, lanzándole al niño una mirada cargada de melancolía.
Jean asintió y desvió la mirada, incapaz de sostener la que en aquel momento le lanzaba el religioso. Éste metió la mano bajo la capa, sacando al instante una fina cadena de plata de la cual colgaba una cruz griega también del mismo material con los extremos acabados en forma de zarpas. El clérigo la colgó en torno al cuello del niño, escondiéndola bajo la túnica.
-Jean, guarda a buen seguro esta cadena y esta cruz, pues bajo ella lograrás grandes victorias. Tu padre querría que la tuvieses... pero prométeme que nunca, nunca, te la quitarás o se la enseñarás a nadie. ¿Me has oído, Jean?
-
Oui, frère Alexandre. C'est promis.
Y aquel niño de diez años que estaba destinado a lograr grandes victorias bajo la insignia de una clandestina cruz Templaria comprendió en aquel momento que ya no era tan niño, y, que, a partir de ese día, su vida estaría marcada por la herejía y por el recuerdo de aquel hombre inocente que había muerto en París entre las llamas, que como único legado le había dejado una cruz, pues su madre hacía mucho que había fallecido, y su hermano mayor, Jaime, era sin duda el heredero de todas las posesiones de la familia castellaña. Eso si la Iglesia si dignaba a devolverles todo aquéllo que les habían requisado.
-Es hora de que hablemos de ti y de tu futuro, Jean... ya es hora-repitió una vez más para sus adentros, cogiendo al niño de la mano y apresurando el paso, mientras la lluvia que no cesaba de caer apagaba lentamente las cenizas de las hogueras, unas cuantas calles más allá.
Los cuervos, indiferentes a las vidas de los mortales que se sucedían en París, roían los cuerpos calcinados de los herejes, incapaces los verdugos de apartarlos de la carroña.

Y aquella noche, la sangre corrió por los adoquines de la plaza y las entrañas se desparramaron por el suelo.

13 comentarios:

  1. ...Pocas cosas que decir.....solo que..Quiero más.

    Yo miraré de darme prisa, pues estoy estancado en mi segundo capitulo, pero...es demasiado atroz, he de mirar de suavizar un poco el tormento del pobre, me doy miedo a mi mismo.

    Un Saludo Princesa...TQ

    ResponderEliminar
  2. ¡Kalan! Benditos los ojos que te leen por estos lares, Hermano.
    No tengas prisa por terminar la historia, pues de sobra sabes que la leeré, esté terminada mañana o en Navidad, así que... dedícate a pulir la escritura, a revisarla (XD)... y a hacer lo que creas oportuno por mejorarla. Tu primer capítulo me pareció sublime, así que quizá no venga mal un poco de oscuridad... tú verás.

    Muchísimas gracias por leerme, por escucharme, y, en definitiva, soportarme cada tarde en el messenger. Gracias.
    Un saludo. Te quiero.

    Metalsaurio - Siento mucho haber borrado el comentario, pero es que tuve problemas con este artículo y tuve que reescribirlo.
    Aún así, gracias por leer y comentar, pero... no, no es Jean de Joinville. Siento decirte que es un personaje inventado.

    ¡Saludos! Hasta pronto ;-)

    ResponderEliminar
  3. Una pasada de introducción, mucho más "terrenal" que los prólogos... tengo curiosidad por ver como unirás todo esto. Y sólo una sugerencia; creo que quedaría la lectura más clara diferenciando las conversaciones y el texto del narrador con cursiva o no cursiva.

    P.D.- Por cierto, te ponemos link en la Cruzada para seguirte más de cerca ;)

    ResponderEliminar
  4. Saludos, Rain, y encantada de leer un comentario tuyo, como siempre.
    Gracias, la verdad es que los prólogos eran más fantasiosos, y los uniré todo pronto, en cuanto mi compañero se decida a progresar con el primer capítulo XD.
    Acepto la sugerencia, gracias. Gracias también por el link en la Cruzada y por seguir leyendo.

    Besos.

    ResponderEliminar
  5. La sangre y el sueño me reclaman...
    Lo siento si no me apetece decir cosas coherentes pero mi cabeza me dice que necesito mas horas de sueño.
    (En mi cabeza estoy cantando esto que lees)
    Me gusta leer, me gusta morir, me gusta arrancarme los ojos y hacer un cubo de rubik.
    Lo siento por el comentario absurdo, la "porcion" de relato me ha gustado pero tengo un mosquito por aqui ke me desconccentra mas que aaaarrrgggghhh
    Odio los mosquitos
    Necesito mas horas de sueño...

    ResponderEliminar
  6. Yo que tu quitaria lo de tener que "aprobar" los comentarios.
    ¿Que mas da lo que diga la gente?

    ResponderEliminar
  7. No te preocupes por haber tenido que borrar el comentario.

    Por cierto, lo prometido, aunque tarde, también llega, asi que ya te puesto el link a La LLave Del Silencio.

    ResponderEliminar
  8. The Blind - Aprecio tus comentarios absurdos y sin sentido. Me gusta tu peculiar forma de expresar opiniones.

    Te voy a hacer caso respecto a los comentarios, jaja. Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Metalsaurio - Muchísimas gracias, de todo corazón.

    ResponderEliminar
  10. la sangre debería estar al servicio del Estado!!

    (como supo Ersberth)

    ResponderEliminar
  11. Bienvenido, Hitlercito... curioso nombre, ¿no? :-P
    Gracias a ambos por los comentarios.

    ResponderEliminar
  12. Dan ganas de seguir leyendo... La historia promete...

    ResponderEliminar