Pólogo (Parte II)

Haïass III, Reina de las Sombras

Con la caída de Albion V de Dhay-Dala, padre de Gildor I, la isla de Vel’ Elvëth se sumió en la desesperación, lo cual llevó al país a una era oscura, llena de muertes, traiciones y batallas.
Era el comienzo del reinado de Haïass III, heredera al trono de la Mitad Norte. Era el comienzo del sufrimiento, el principio del fin.
Pronto, la niña Haïass, que en la legendaria lengua de los elfos significaba “hielo”, se alzó en el trono, siendo apenas una adolescente. Gobernaba la Mitad Oscura como si de una partida de ajedrez se tratase; todas aquellas piezas que sobrasen eran rápidamente ejecutadas, pasando antes por las manos de la joven reina.
Hizo excavar y construir unas mazmorras en el subsuelo de la Torre de Nigromancia, donde torturaba a todos aquellos seres que no eran de su agrado, creando nuevas especies y terroríficos híbridos, que posteriormente incorporaba a las filas de su ya extensísimo ejército.
Años mortales después, irguió el altísimo e impenetrable Muro, separando en dos mitades la isla de Vel’ Elvëth. Reforzado por la inagotable magia negra de la reina, sólo podían atravesarle todas aquellas criaturas que pertenecieran a la Mitad Norte y fueran del agrado de la niña.
Lo más sorprendente, y a la vez terrorífico era, sin duda, el poder que la niña Haïass ejercía sobre toda la isla. Los hombres la temían, los elfos y los Jinetes la respetaban, y las bestias y los híbridos la tenían como a una diosa a la cual debían adorar si querían sobrevivir.
Sus servidores, en discretos susurros en los pasillos, tras una pared o en los rincones más oscuros de las estancias de sus hogares, comenzaron a llamarla la Reina de las Sombras.
Instruida por los más sabios y perversos nigromantes, pronto aprendió a controlar la magia más oscura y a revivir a los muertos para ponerlos a su servicio.
Repartió sus tierras entre las Doce Damas, sus más cercanas y fieles servidoras, y colocó a cada una de ellas al mando de un ejército.