Capítulo I (Parte II)

Don Juanjo de Arenza


Durante tres semanas avanzamos por toda la península itálica hasta llegar a Salermo, sin ningún contratiempo que merezca la pena comentar. Una vez allí, embarcamos para dirigirnos a la isla de Sicilia, más concretamente a Palermo, donde se sitúa el extraña portal.
Tras dos días de navegación llegamos a la ciudad, donde desembarcamos y avanzamos hasta encontrarnos con el cortejo que debe acompañarnos a la puerta.
Tomamos el camino más corto para llegar desde el puerto a la ciudad, pero en el momento de llegada me encuentro con imprevisto que me hace enfurecer.
Las puertas de la ciudad están cerradas, y en medio del camino nos espera un emisario del rey de Sicilia.
Dos de mis hombres traen al hombre arrastrándole por el suelo hasta mí. Está asustado, y mucho.
-¿Por qué las puertas de la ciudad están cerradas?-le pregunto con voz glacial y carente de emoción, con el fin de intimidarlo y conseguir una respuesta rápida.
-Nuestro rey no quiere que ningún ejército pase por Palermo-dice el hombre, suplicándome con la mirada.
Estoy cansado de esta marcha interminable, y pienso que los herejes deben darse cuenta de una vez del poder de la Iglesia. Mando torturar al infeliz lo bastante cerca de la ciudad como para que desde ésta se escuchen sus gritos.
Tras una semana de asaltos, destruidos por la desesperación, los defensores se rinden.

***

Llego hasta la puerta, que es una especie de fluido azul que ondula y se estremece, a pesar de que hoy no sopla ni una gota de viento. Sin pensarlo dos veces, aunque con un opresivo sentimiento de terror en el pecho, me traslado al otro mundo, que es muy diferente al que conozco yo.
Aparezco en un paisaje desolado. Vastas llanuras de tierra reseca se extienden en los cuatro puntos cardinales, salpicadas de vez en cuando por pequeños riachuelos, además de algunos bosques de pinos raquíticos y medio muertos.
Tras cruzar todo el ejército, comenzamos la exploración.
No nos queda más remedio que acampar en la llanura, a espera de encontrar algún lugar mejor, más fértil, en el que podamos conseguir alimento.
Pasamos el día en nuestras tiendas, debido a que la temperatura es excesivamente elevada, y la tierra se calienta y se resquebraja, haciendo imposible la marcha a través de la llanura. De noche, sin embargo, atravesamos el desierto bajo un cielo estrellado, limpio de nubes y sin rastro del abrasador Sol de la mañana. De momento no hemos logrado salir de este infierno en el cual estamos asentados, pero uno de mis más diestros hombres ha avistado en la lejanía una cordillera, que parece la gigantesca columna vertebral de la Tierra.

***

Los afilados riscos cobran tributo en nuestra ascensión. El clima ha cambiado completamente, y permanece casi todo el día nublado, con bruma por la mañana y fuertes lluvias durante la noche. La humedad se cuela entre los pliegues de nuestras ropas y nos entumece los huesos, además del alma y la moral. Los hombres no hablan, y Diego se ha vuelto hosco y poco comunicativo; sólo habla cuando ha de vociferar alguna orden a un hombre que rinde poco o que se ha quedado algo rezagado.
Las montañas forman una alta y afilada barrera natural que da paso a un valle llano y fértil. Después de descender la cordillera y asentar nuestro campamento junto a un estrecho y profundo río de aguas cristalinas que atraviesa el terreno de norte a sur, planeamos el modo de hacernos con aquellas tierras.

2 comentarios:

  1. Una partida que me he leído mejor que una libreta de José Sacramento.

    Una historia que me atrapáo desde el fondo del corazón.

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  2. Gracias de todo corazón por pasarte y por comentar. Espero que pronto esté escrita la continuación.

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