Capítulo I (Parte IV)

Don Juanjo de Arenza



Hacia el mediodía, la misteriosa mujer de la noche anterior, así como su ejército de hombres enanos y de orejas puntiagudas, vuelven a presentarse en nuestro devastado campamento. Los hombres se mantienen a distancia prudente, sin atreverse a acercarse demasiado, mientras murmuran en su extraña lengua y señalan el cuerpo del monstruo que aún arde. La hembra de las orejas puntiagudas avanza a grandes zancadas hacia mí, sosteniendo una pequeña bolsita de cuero en una de sus manos.

Inclina la cabeza y me toma la mano, depositando en ella la bolsa. Me indica con un gesto que la abra, algo que me apresuro a hacer, aunque con una leve mirada de desconfianza. Le doy la vuelta, y en la palma de mi mano cae un delgado anillo hecho con una simple arandela de plata, con una pequeña piedra roja engastada en él. Alrededor del anillo hay unos símbolos grabados, que de momento no entiendo, aunque supongo que serán las letras del idioma de la mujer.

Varios de mis hombres se han congregado a nuestro alrededor, algunos con las espadas desenvainadas y gestos hoscos y amenazantes en el rostro. Asimismo, la escolta de la mujer se sitúa a sus espaldas, como si quisieran protegerla.

Me pongo el sencillo anillo en el anular de la mano derecha, sonriendo y mostrándoselo a la joven, que me mira fijamente con sus ojos rasgados y asiente con la cabeza.

-Ahora podemos entendernos, Hombre Extraño-dice ella, y siento su voz musical ronroneando en mis oídos.

-¿Habláis mi idioma?-pregunto, sin comprender.

-No-responde ella, sonriendo-Eres tú el que habla nuestra lengua.

En un inicio me molesta el trato de igual a igual que la mujer ha establecido entre nosotros, pero pronto me olvido de esa nimiedad al darme cuenta de que los sonidos que salen de mi garganta no son ni mucho menos parecidos a los de mi lengua natal, sino que son una mezcla de silbidos y siseos, mezclados de tal forma que me recuerdan a los trinos de los pájaros.

-Muy bien, Hombre Extraño. Soy Ôderth, la Guardiana del Valle-se presenta la mujer-No sabemos quiénes sois ni cómo habéis conseguido llegar hasta nuestras tierras, pero os rogamos que marchéis inmediatamente si no queréis sufrir la cólera de la Diosa. Habéis despertado a Hassëssh, el legendario dragón alado que guarda nuestro más preciado valle, y lo habéis matado. Marchad por donde habéis venido o seréis aniquilados-la voz de Ôderth posee una fría determinación, además de un tono de amenaza indiscutible.

-Mi querida doncella, soy Don Juanjo de Arenza, y mi ejército y yo viajamos por estas tierras por orden del Papa y del Señor. No conozco a vuestra Diosa, si es que realmente existe y mora entre vosotros, y considero tus palabras como un insulto irreparable hacia Jesucristo Nuestro Señor. Considero oportuno que vos y vuestra reducida escolta nos dejéis el paso libre si no deseáis arder en la hoguera por bruja. Doy gracias por el presente del anillo, pero eso no impedirá que vos y vuestro pueblo acabéis doblegados bajo mi voluntad.

-¡Su cólera caerá sobre vosotros!-grita la mujer, alarmada, refiriéndose a su misteriosa divinidad, mientras sus ojos rasgados refulgen con un brillo de odio contenido-¡Tenéis de plazo dos días para cruzar de nuevo las montañas y volver a vuestras tierras! ¡Si no lo hacéis, la desgracia caerá sobre vosotros y no volveréis a ver vuestros hogares!

Dicho esto, la doncella Ôderth y sus hombres enfilan el camino que desciende el valle y se adentran en la espesa arboleda, desapareciendo de nuestra vista.


***


Nueve largos meses de campaña para conquistar la isla y a sus habitantes que, por muy inteligentes que sean, no saben lo que es un caballo, por lo que cada vez que nos ven aparecer huyen. Sí que conocen en acero y la piedra, tienen espadas y lanzas, e inmensos bastiones defensivos. Pero aún así, no cuentan con un ejército tal como el nuestro, y gracias a eso los hemos conquistado.

La mujer de las orejas puntiagudas, la doncella Guardiana Ôderth, ardió en la hoguera por bruja, después de haber sido brutalmente torturada y tras rechazar un última oportunidad para rendirse, agregando que la Diosa salvaría su pueblo y nos enviaría a las Forjas de Ressessh, que tras muchas averiguaciones descubrí que era el nombre que los habitantes de la isla daban al Infierno. Aquella noche de Luna llena las llamas incendiaron el horizonte, ante la evidente satisfacción de todos mis hombres. No merecen sus tierras, no son más que herejes. Después de todo esto he perdido todo remordimiento; únicamente me ciño a la realidad.

2 comentarios:

  1. Buenas, tenía algunos capítulos atrasados pero ya me he puesto al día :) Las partes que más me gustan y que me parecen mejor escritas son las de Juanjo de Arenza :)

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. En un inicio estos fragmentos eran por obra y gracia de 1lisiado.
    Desgraciadamente, ha dejado de escribir, y me ha tocado a mí adoptar la personalidad del sacerdote guerrero.
    Aún así, espero no defraudaros con los otros capítulos.

    Un saludo, y gracias por pasarte.

    ResponderEliminar