Capítulo V

Haïass III, Reina de las Sombras



-La Dama Irial obtuvo finalmente la audiencia con el jefe de los hombres del campamento-informa Eissessh, entrando en la sala sigilosamente, con la negra capa ondeando tras él-Han acampado al pie de la muralla, cerca de la Cordillera Marítima. Han aceptado vuestra petición de audiencia, Mi Señora. Hemos enviado dos barcos, dirigidos por las Damas Irial y Awenor.

Me giro bruscamente hacia el Jinete. Siento las mejillas arder por la cólera, pero logro dominarme y digo con voz gélida:

-Si no fuera porque eres el general en quien más confío, te mandaría torturar hasta la muerte en las mazmorras, Eissessh. ¿Cómo sabemos que no son soldados de Gildor?

Eissessh cae de rodillas al suelo.

-Mi Señora; los elfos de la Muralla les cedieron el paso.

-Que cuando lleguen se presenten directamente en la Sala del Trono.

Me vuelvo hacia la ventana, y despido a Eissessh con un gesto.

Seguimos en la Torre de Nigromancia, y los Magos y los Nigromantes trabajan duro, intentando contraatacar la emboscada de Gildor. Los elfos oscuros ocupan todo el extremo Este de la Muralla, junto varias patrullas de orcos y de Jinetes. Además, los dragones de fuego están alertados, y se ha trasladado un grupo de cinco al Sur de la cadena montañosa.

Desde la ventana veo el mar, el llamado Mar de Sangre, debido al tono rojizo que adquiere en la puesta del Sol. La Torre está asentada sobre los riscos del acantilado, al borde de la inmensa masa de aguas oscuras.

Desciendo las escaleras, y bajo hasta la Sala del Trono, donde se ha reunido las diez de las Doce Damas que no han partido. La Dama Khestra encabeza la mesa, sustituyendo a la Dama Irial. Se inclina frente a mí, y las otras Damas siguen su ejemplo.

-Mi Señora-dice una de ellas, la Dama Erea-Somos conscientes de la emboscada que planea Gildor, por lo que rogamos, en nombre de los elfos oscuros de la Muralla, un grupo de hombres-serpiente. Con vuestro permiso, la Dama Neliam y yo partiremos, junto a las Damas Irial y Awenor, a su regreso, hacia el monte Altair con un grupo de hombres. Elder ha de recibir el encargo.

Quinientas de las mejores espadas forjadas con el fuego de Drackwen, el padre de todos los dragones, encargadas al cíclope de la Montaña de Fuego, el último superviviente de su raza en la Mitad Oscura.

-Van a atacar por el Este, Mi Señora-corrobora la Dama Khestra, poniéndose en pie-Dirigiremos un ejército de orcos hacia allí. He enviado un hombre a las Montañas del Norte, en busca de las bestias aladas.

-Estúpida-digo, sonriéndome-Los humanos son débiles, mi querida Khestra. No aguantará ni dos minutos bajo sus miradas envenenadas. Se lo comerán y no dejarán ni los huesos. Irás tú en persona, Khestra.

Ella frunce el ceño; yo noto en su mirada que tiene miedo.

-Mi Señora... -titubea.

-Es una orden.

Dicho esto, subo las escaleras hasta el trono y me siento, con una sonrisa en los labios, dispuesta a esperar la llegada de los hombres.

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