Capítulo VI

Don Juanjo de Arenza


Ascendemos los riscos del acantilado por unas empinadas escaleras talladas en la misma roca, y atravesamos el colosal arco de la puerta principal. Tras cruzar varias salas y ascender varios pisos más, paramos frente a unas puertas de al menos cinco metros de altura, del color gélido y acerado del hielo, bellamente adornadas con símbolos y runas de brillante hilo de oro.
Las puertas carraspean, y se abren a la par las dos solapas chirriantes. Al otro lado se extiende una larga sala con una mesa en forma de estrella en el centro. Está oscuro y me cuesta acostumbrarme a la oscuridad. Largos y pesados cortinajes de terciopelo negro cubren las ventanas, y vaporosos lienzos de seda de color púrpura penden de las paredes de la estancia, colgando del techo como sutiles telarañas.
Al poco tiempo distingo una figura sentada en un alto trono, aunque apenas consigo distinguir sus rasgos. Por intuición, ha de ser la misteriosa reina del Norte.
Cuando me acerco un poco más al trono, dejando en la antesala a los hombres de mi guardia personal, como la doncella me indicó, la mujer del trono se dirige a mí:
-Acercaos... vamos, ¿a qué esperáis?-una amplia sonrisa curva sus labios carmesíes, que a la luz precaria de las antorchas de la sala parecen untados con sangre fresca.
Su figura esbelta y de piel pálida se acerca hasta mí; por el camino una especie de hombre-reptil le acerca un báculo, que la mujer coge con prepotencia. Su cuerpo se contonea entre los pliegues de terciopelo oscuro y granate de sus ostentosos ropajes, y su delgado y altivo cuello se ve apresado por una cinta oscura de la que penden numerosos colgantes adornados con piedras preciosas.
Cuando la tengo cerca puedo distinguir mejor su rostro; tiene las orejas algo puntiagudas y los ojos rasgados, de un intenso y antinatural color violeta, es alta, aunque no más que yo, y su piel es pálida como la nieve invernal.
-Bien, sentaos a mi mesa, mi querido invitado.
-Si así lo deseáis, debatiremos sentados y comiendo si es necesario-respondo, tratando de parecer cortés.
Cientos de siervos aparecen por estrechos recovecos con enormes bandejas, que van dejando sobre la mesa, mientras otros sirven vino y colocan más velas.
-Soy cardenal, veterano de asesinatos, y no voy a probar esta comida.
La Reina se levanta y se dirige hacia mí. Se lleva un pedazo de mi estofado a la boca y dice:
-No está envenenado, si es lo que pensáis.
La creo, y mientras vuelve a su sitio comienzo a comer.


-Y bien, Don Juanjo, ¿de dónde habéis aparecido vos y vuestro ejército?-pregunta la mujer al cabo de un rato.
No pienso decirle nada del portal, así que solamente respondo:
-A vos no os interesa. Hablemos de otra cosa, como por ejemplo...
-¡Silencio! ¡No permito que nadie me interrumpa mientras hablo!
-¡Yo no soy como ese tal Gildor! ¡Ese rey sin personalidad! ¡Y no permito que alguien de igual rango me dé órdenes, bruja!
-¿Os referís con esa palabra a mí en forma de insulto?-enarca una ceja de modo lascivo, sonriendo y dejando entrever sus blancos dientes.
-Yo he venido a negociar, no a que una histérica me chille, así que si no tenéis más que decirme me iré-me dispongo a levantarme, pero ella me lanza una mirada hiriente que me obliga a quedarme en el sitio.
-¿Y en qué te irás? ¿Cruzarás mi muro saltándolo?-rió.
-Si no me dejáis marchar, hacedme una oferta.
-Uníos a mí, y cuando aplastemos a ese inútil de Gildor, te daré la parte Sur de la isla, aunque la dueña legítima seré yo-dice sin vacilar.

2 comentarios:

  1. oooooo!!!!! no sabes... imaginé cada detalle de esa estancia, la seda, las cortinas de terciopelo... viaje hasta allá y me sente a la mesa con ellos... y pude imaginar esa piel pálida de la reina...

    hola!!!

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  2. Saludos, Gittana, y bienvenida de nuevo. Mis más sinceros agradecimientos de todo corazón por seguir tan de cerca la novela ^^

    ¡Nos vemos! Un abrazo.

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