Capítulo VII (Parte I)

Awenor



La Dama Erea solicitó permiso a Nuestra Señora para partir hacia Altair, la Montaña de Fuego, al encuentro de Elder, el cíclope herrero. Nuestra Señora nos lo ha permitido, y ha enviado un grajo a avisar de nuestra llegada en la forja.

La Dama Irial dirige el reducido grupo, que se compone de dos Damas más; Erea y Neliam, una pequeña escolta de hombres, y yo, Awenor.

Atravesamos los Desiertos Fríos, junto al lago. No tenemos mucho tiempo, y lo sabemos. Cabalgamos de noche, guiados por la mortecina luz de la Luna, que apenas alcanza el Cuarto Creciente, porque así lo ha decidido la Dama Irial. Supongo que es por su naturaleza vampírica, que la obliga a dormir de día y a beber sangre cada atardecer. La verdad es que yo también lo prefiero. No soy como ella, yo sólo soy semivampiresa, aguanto bien el amanecer, pero no la luz del Sol.

Sin embargo, la Dama Neliam desciende de las dríades de los ríos, y por eso su piel tiene un ligerísimo tono azulado y los cabellos plateados. La Dama Erea pertenece al reducido grupo de los elfos traidores, que firmaron una alianza con Nuestra Señora y que ahora están a su servicio. Desciende de los elfos grises.

La Dama Irial pretende avistar los picos de las montañas mañana al atardecer, por lo que ahora cabalgamos más rápido que antes.



Al amanecer, cuando acampábamos junto a las suaves y fértiles colinas que dejan paso a las abruptas cumbres de las Montañas del Norte, se acerca un grajo. Trae un mensaje para la Dama Irial de parte de los Jinetes. Creo que los hombres de Gildor han logrado debilitar la Muralla.

No son pocos los hombres de Gildor, pero nosotros tenemos más recursos. Contamos con doce contingentes unidos bajo el mismo estandarte real, bajo el nombre de las Doce Damas, de los cuales el más importante es el Ejército de las Sombras, guiado por la Dama Irial, que cuenta con los más temibles espectros, revividos mediante la nigromancia. No contamos con hombres en nuestras filas, sin embargo. A la Reina de las Sombras le desagradan los hombres en su calidad de guerreros. Quizá precisamente por eso somos mejores. Por estar aliados con los dragones y los gigantes, así como con el último cíclope de la isla.



Las Doce Damas fuimos entrenadas para servir a la Reina. Manejamos el arco como si de una prolongación de nuestro propio brazo se tratara, y fuimos instruidas en cuestiones bélicas, además de la lengua élfica y la astronomía, como al arte y la música, desde edades muy tempranas. Mi abuela, que fue Primera Dama de Ayshel I, la abuela de Nuestra Señora, decía con frecuencia que la Mitad Oscura siempre fue una sociedad de mujeres. Toda esta cultura pasa siempre de abuelas a nietas, por lo que, si algún día concibo una hija, no llegará a pertenecer a las Doce Damas.



Al quinto día de campamento, la Dama Irial y yo partimos hacia las montañas. Casi a medianoche comenzamos la ascensión hacia la cumbre del Monte Altair, el hogar del último de los cíclopes. Le necesitamos para la emboscada. Si muere, sin duda la Reina de las Sombras no llorará su pérdida, sino que se dedicará a crear algún otro híbrido más poderoso.



La ascensión fue dura, y el viento gélido y cortante que azotaba constantemente el monte la dificultó aún más.

Cuando los primeros rayos dorados del Sol asoman tímidamente entre las rosadas nubes que cubren el cielo, alcanzamos la boca de la cueva. Tengo las manos amoratadas y cubiertas de cortes, a pesar de los guantes de cuero que las cubren; nuestro aliento se ha convertido en una nubecilla blanca que escapa de nuestras bocas cada vez que respiramos, y las gruesas capas de piel que llevamos no ofrecen protección contra el mordaz frío que nos atenaza.

La Dama Irial se cuelga mejor el arco a la espalda, mientras yo me asomo al borde del precipicio y oteo la lejanía. A lo lejos no se ven más que las copas de los árboles, y, más lejos aún, los desiertos de la Región Gélida. El cielo se ha tornado gris, como cada mañana después del amanecer. A la Reina de las Sombras no le gusta la luz del Sol. Le quema la piel, y por eso, con su inagotable magia negra, cubre el cielo de nubarrones grises, que desaparecen al anochecer.

-Van a caer las primeras nevadas-le advierto a la Dama Irial, frunciendo el ceño.

Ella escruta el cielo.

-Una razón de más para apresurarnos a buscar al cíclope-responde bruscamente, entrando en la cueva.



La sigo, frotándome las manos para entrar en calor.

2 comentarios:

  1. doce guerreras... cuentame de sus vestimentas si???? porque las imagino con pieles de animales...

    Grandes pieles blancas y color miel...

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  2. Lo cierto es que nunca me había planteado cómo irían vestidas las doce... supongo que cada una adecuará su vestimenta a su raza, aunque todas llevarán el mismo estandarte real (con sus diversos símbolos personales)y ropas de guerreras.

    Bienvenida de nuevo, y gracias por el comentario.

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