Capítulo VIII (Parte I)

Haïass III, Reina de las Sombras




Las enormes puertas de acceso a la Sala del Trono chirrían al ser empujadas por dos soldados de mi guardia, que dan paso al arzobispo. Éste inclina la cabeza en señal de respeto cuando finalmente se detiene delante del trono, tras atravesar la estancia con paso firme. Agarro con fuerza mi báculo, que reposa junto a mí en el suelo, y me levanto, mirando con altivez al hombre que tengo enfrente. Hago una ligera seña con la mano, y los soldados cierran las puertas y nos dejan solos.

-Mi Señora-empieza él-Me habéis mandado llamar.

-Sí, Juanjo-respondo, lanzándole una mirada gélida que un hombre difícilmente sería capaz de soportar. Sin embargo, aguanta, clavando en mí sus fríos ojos azules, lo cual me arranca una débil sonrisa de satisfacción-Ya que hemos cerrado nuestro trato, conviene que conozcas algo más de las tierras que pronto serán tu hogar.

-Si me permitís el cometario, Mi Señora, deseaba de veras conocer vuestro reino; la completa totalidad de la isla, en realidad. Cuando vos estéis lista.

-Si embargo, mi querido Juanjo, esta ha de ser una escapada privada, que has de guardar en secreto-el hombre parece desconcertado ante este último comentario, hecho que me hace soltar una silenciosa carcajada-Por vuestra expresión deduzco que habéis interpretado mal mis palabras. Considéralo como una mera expedición antes de una gran batalla.

-Así será.

-Partamos, pues.

Alzando el báculo en alto, insto al obispo a que se acerque, sonriendo con malicia. Sin duda es un hombre con los nervios bien templados, porque no da señales de alarma o curiosidad cuando comienzo con el ritual, ni cuando la gema engarzada en el extremo superior del báculo comienza a brillar rodeada de una intensa luz azulada y a lanzar chispas, acumulando la energía del ambiente.



Decido mostrarle primero el Bosque de Dyra, un enorme conjunto de vegetación verde y siempre frondosa, situado al noroeste de la isla, apareciendo cerca de la ciudad de Des-Lorth, junto al río Anelle. Miro por encima del hombro a Juanjo, que apoya todo su peso en el tronco de un enorme árbol de la linde del bosque, mortalmente pálido y sujetándose el vientre con las manos; el rostro retorcido en una mueca de desagrado. Olvidaba lo mal que le sientan a los hombres mortales este tipo de viajes, produciéndoles desde leves mareos o náuseas a graves casos de locura y delirio.

Nos acercamos a la ciudad amurallada, atravesando la fértil pradera que la separa del bosque. Poco a poco el aire frío procedente de las altas cumbres va devolviendo el color al rostro del hombre, arrebolándole las mejillas.

-Ésta es una de las tres ciudades más importantes a orillas del río Anelle. Estamos en Des-Lorth, y más al sur se sitúan Ressessh y Wendelth.

-Me resultan nombre conocidos-dice Juanjo, pensativo, frunciendo las cejas- Sin duda ya los había oído antes.

-Son tres de nuestras divinidades secundarias. Des-Lorth, el Señor del Fuego, que dio forma a toda la cadena montañosa que recorre la isla, y Wendelth, la divinidad de las Aguas, la madre de todos los ríos y la que hace manar el agua de todas las fuentes. Ressessh es nuestro Dios, el Dios verdadero. Gildor lo considera... ¿Cómo dirías tú? ... Contra su voluntad, prohibido.

-Herético-Juanjo me facilita la palabra, nueva para mí.

-Herético-repito, grabándome la palabra en la memoria-Me gusta cómo suena. Lo que él quiere es iniciar una guerra contra nuestro Dios, ¿comprendes? Nuestro Padre, que nos ha creado como somos, que nos resguarda y que nos allana el camino de la vida. Ellos lo llaman el Señor de la Oscuridad.

-No es nuevo para mí, Mi Señora. Continuamente se libran en mi tierra guerras por este motivo, justas sangrientas en nombre de nuestra Única divinidad. Sólo hay un Dios verdadero, que todo el mundo tiene el deber de aceptar, como hijos suyos. No se puede renegar del Padre. Creo que vos y vuestro pueblo también deberíais convertiros. Los que no lo hacen son condenados por herejes y arden en la hoguera, tras haber sufrido antes múltiples tormentos. ¿Veis esta cruz?-señala la que lleva colgada al cuello de una cadena, un precioso colgante de madera sin duda noble y oro-Éste es su símbolo. El Hijo, el Hijo de Nuestro Señor murió en una para salvar a los pecadores.

-¿Su Hijo?-no comprendo lo que trata de decirme, pero él, comprensivo como sólo lo puede ser un padre con su hijo, parece dispuesto a explicármelo todo.

-Su Hijo se llamaba Jesucristo, y era un hombre benévolo que predicaba a su pueblo sobre el amor de su Padre por nosotros y anunciaba la llegada del Reino de los Cielos. Roma le condenó por esto. Le crucificaron y antes le torturaron, pero Jesucristo resucitó al tercer día y ascendió a los Cielos.

-¿Crucificado? ¿Acaso Jesucristo era un hereje?

-¡No!-el obispo se detiene bruscamente en mitad del camino, frente a las puertas de la ciudad-¡No, Jesucristo no era un hereje!

Bruscamente baja la mirada, intimidado por la que le lanzo.

-Jesucristo murió de forma injusta-dice en voz baja, más para sí mismo que para mí-Tan sólo es eso, Mi Señora.

-Gildor es un hereje, Juanjo-digo, sonriendo cínicamente, mientras cientos de maquinaciones y torturas se pasean por mi mente-Gildor ha de arder en una hoguera. Porque no se puede renegar del Único Dios, Juanjo. Prepararemos una gran pira, una pira real, y él y todo su pueblo descenderán a los Infiernos del Señor.

Juanjo sonríe; al parecer le gusta mi idea, y asiente con la cabeza.

-Una gran pira real-repite en un susurro, soltando una estridente carcajada.

2 comentarios:

  1. Cuantas guerras por religion...

    estoy de tu lado... aunque un poco perdida...

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  2. Espero que la historia no resulte demasiado complicada a ojos ajenos... a veces no me paro a pensar en si de verdad los lectores se enterarán de algo de lo que escribo >.<

    Gracias por estar ahí.

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